Oswaldo, tú tienes un talento. Tú vas a ser un cabrón. Vas a llegar a ser grande. Deberías quedarte en la radio.
—Nombre, yo estoy muy bien en mi trabajo, en el landscaping.
—¿Recortando jardines? Ándale, vente.
—No, no, allá estoy bien.
—¿Por qué no quieres entrar a trabajar en la radio?
—Porque gano más como jardinero.
En algún momento de la década pasada pudo haber tenido lugar un diálogo similar a éste. Oswaldo Díaz, un joven de Jiquilpan, Michoacán, que trabajaba como jardinero en Los Ángeles, había rechazado una o dos veces la oportunidad de entrar a la radio y dedicar su tiempo completo a la locución. Es extraño, comenta, mientras otros esperaban con ansias la oportunidad de recibir una oferta así, yo las rechazaba. Tal vez su principal interés era seguir haciendo voces e imitaciones y divertir a sus amigos, una habilidad que había descubierto —para beneplácito de sus familiares en las fiestas en su natal Michoacán— desde muy chico: Oswaldo podía hablar como comentaristas deportivos, como actrices famosas, como productos de su imaginación y como trasvesti. Y cuando en Santa María California pasaba ratos en la La Ley 100.3 FM desarrollando el prototipo de lo que sería La Chokolata —un trasvesti que se cree muy nice— tampoco tenía muchas ganas de que sus amigos lo celebraran.
—Oye, ¿tú eres el gay que sale en la radio?
—No, güey, ¿cuál?
Yo no le decía a nadie que estaba en la radio, contestaba Oswaldo Díaz, que hoy es escuchado en El Show de Erazno y La Chokolata de Entravision en más de 68 estaciones afiliadas en Estados Unidos. De acuerdo a Nielsen, en 2014 el show alcanzó una audiencia de 1.6 millones de adultos hispanos, tan sólo en las estaciones de Entravision. Si se incluye a las afiliadas, el público total sobrepasa los 3.6 millones de escuchas.
La característica principal del programa es la personificación y parodia de diversos personajes a cargo de Oswaldo, que admite alegremente tener —cuando está al aire— un sano trastorno de personalidad múltiple.
Sembrando y jugando
Hay una universidad muy buena de locutores en Jiquilpan, bromea Oswaldo Díaz ante la pregunta de por qué han surgido tantos locutores de la región. El creador de Erazno y la Chokolata vino al mundo en 1981 en el mismo hospital donde nació el ex- presidente Lázaro Cárdenas. Si es o no obra de la casualidad la productividad de Michoacán en cuanto a personalidades de la radio, lo que sí compartió Oswaldo siendo niño con otras familias de la región es la historia del que su padre tenía que trasladarse por largas temporadas a Estados Unidos en busca de trabajo. Sin embargo, lo mismo que en muchas otras familias que a pesar de la separación consolidaron lazos fuertes, la de Oswaldo fue una infancia feliz. Fue la infancia que creo que muchos niños quisieran tener, a pesar de que mi papá no estaba con nosotros y mi mamá comía sola. Éramos cinco hermanos: Tere, que es la mayor, Miguel, Saúl, Tino y yo, el más chico. Nací en Jiquilpan pero vivimos en un rancho hasta los siete u ocho años. Estaba en la escuela, pero el maestro a veces no iba; eso era algo muy normal. Obviamente, el enfoque en casa era trabajar la tierra, desde niño. En la época de la siembra, los señores iban haciendo el hoyo y nosotros detrás echando semillas de maíz, frijol o calabaza, y luego tapábamos el hoyo; ésa era la tarea para los niños de mi edad. En la época de la cosecha, íbamos también detrás de ellos, y si se les caía una mazorca la volvíamos a echar a su carga. Éramos muy pequeños, pero aquello era normal para nosotros. Ése era nuestro estilo de vida. Jugábamos los juegos populares de los pueblos de México, «el chambelán», las canicas, las escondidas, y era muy bonito. A veces la gente dice: `¡Oh, pobre gente del rancho! ¡Pobre gente de los pueblos! ́, y al contrario. Para mí eso es una riqueza que ahora puedo usar en la radio, y la uso mucho, porque mucha gente se identifica con las cosas que yo hablo. Gracias Dios que viví eso.
Como a muchos niños, a Oswaldo le disgustaba ir a la escuela «Río Seco y Ornelas», nombrada así en honor del general que murió en Jiquilpan peleando contra el invasor francés. Más recuerdos tiene de estar trabajando en diversas ocupaciones, por la cultura de trabajo que siempre hubo en su familia. Iba en la tarde a la escuela comercial, que era el turno de los burros. La verdad íbamos a hacer mucho relajo, pero siempre tuve ese compromiso conmigo mismo de cumplir mis obligaciones; así que primero hacía la tarea y luego me ponía a hacer relajo. El maestro le decía a mi madre: `Señora, no sé que decirle; su hijo hace todo, pero cuando termina empieza a hacer relajo. Entonces, hace bien, pero hace mal. La escuela se combinaba con trabajos que tomaba con sus hermanos en pastelerías, en el mercado, en fruterías y haciendo tortas. También trabajé en las casetas de teléfono, que en ese tiempo se usaban, añade Oswaldo. En una bicicleta íbamos a avisar, por ejemplo: `Doña María, tiene una llamada de su hijo ́. Ésa era parte de nuestro trabajo en las casetas telefónicas. Eso fue en 1994.
Las charritas
Mucha gente le pregunta a Oswaldo, que de niño quería ser futbolista, si su sueño fue siempre estar en la radio, y se sorprende al saber que se trató de un interés entre muchos otros. De hecho, nunca estuvo en su lista de favoritos. Pero más se sorprenderían, quienes disfrutan del humor ligero de su programa, de enterarse que Díaz desarrolló su sentido del humor en los funerales. Para eso hay que entender lo que es un funeral en los pueblos tradicionales de Michoacán. Cuando hay un velorio en Michoacán, al menos en mi pueblo, más que reuniones tristes, son encuentros para contar chistes e historias. A mí me gustaba mucho juntarme con los señores que contaban las charritas, la charra, los chistes. Pienso que parte de mi personalidad se debe a esos señores, que se echaban chistes. De niño era una esponjita; se me quedaban todas esas historias. Quizá la influencia fundamental a esa edad fue su abuelo Florentino, que en muchas ocasiones fungió como figura paterna y de quien heredó su sentido del humor. Siempre que estoy al aire lo recuerdo. Mi abuelito era muy charrero, se la pasaba diciendo chistes. Yo me imagino que si me hubiera escuchado en la radio se hubiera muerto de la emoción. Muchísima gente lo quería mucho por cómo era; no sé si divertía a todos, pero era muy relajiento, y parte de su personalidad quedó en mí. Cuando murió en 1994 —tú sabes cómo son los entierros allá, cómo la gente va siguiendo la carroza a la iglesia— de tanta gente parecía que era 18 de marzo o 20 de noviembre.
En 1994 la familia Díaz se mudó a Estados Unidos, a instancias del señor Díaz, que había trabajado en el país desde su adolescencia y había arreglado los papeles para que todos cruzaran a salvo la frontera. Aunque Oswaldo no estaba muy de acuerdo con ese viaje, y sus primeras impresiones del nuevo país no fueron gratas, principalmente por el idioma —Yo no quería hablar inglés— y por la comida —Una tía hacía tortillas buenísimas en Michoacán. Acá las vendían en bolsa, horribles. Para mí no fue algo agradable. Nos fuimos hasta Tijuana, un tío fue por nosotros a esa ciudad y luego llegamos a Santa María, California, a tres horas de Los Ángeles. Ahí crecí y estudié. Y recuerdo que me hacía el enfermo para no ir a la escuela. En una ocasión fueron a un viaje de estudios y les dije que no podía ir porque mis papás no me habían dejado ir; pero yo nunca les había dado el papel para que lo firmaran. En la secundaria sí había gente que hablaba español, y me encontré a un muchacho que también era de Michoacán. Se convirtió en uno de mis mejores amigos. Ahí también era algo relajiento, pero siempre hacía lo que tenía que hacer. Después de la high school yo no tenía una meta en cuanto a qué estudiar. Sabía que seguía el colegio, o la universidad, pero yo no tenía esa visión. No sabía qué hacer.
Fin de la 1era. parte