La identidad en cuestión

1.1 ¿Qué es la identidad?

Este curso trata sobre cuestiones de identidad. La identidad en sí misma parece tratarse de una pregunta, «¿quién soy yo?» Vamos a centrarnos en tres cuestiones clave en esta sección:

  • ¿Cómo se forman las identidades?

  • ¿Cuánto control tenemos en la formación de nuestras propias identidades?

  • ¿Existen incertidumbres particulares sobre la identidad en el Reino Unido contemporáneo?

En primer lugar, tenemos que pensar un poco más en lo que entendemos por identidad.

Si la identidad nos proporciona los medios para responder a la pregunta «¿quién soy?», podría parecer que se trata de la personalidad; el tipo de persona que soy. Esto es sólo una parte de la historia. La identidad es diferente de la personalidad en aspectos importantes. Podemos compartir rasgos de personalidad con otras personas, pero compartir una identidad sugiere un compromiso activo por nuestra parte. Elegimos identificarnos con una identidad o un grupo concreto. A veces tenemos más opciones que otras. Esta parte abordará la importancia relativa de las estructuras, las fuerzas más allá de nuestro control que dan forma a nuestras identidades, y la agencia, el grado de control que nosotros mismos podemos ejercer sobre lo que somos. La identidad requiere cierta conciencia por nuestra parte. La personalidad describe las cualidades que pueden tener los individuos, como ser extrovertido o tímido, características internas, pero la identidad requiere algún elemento de elección. Por ejemplo, puedo ir a los partidos de fútbol los sábados porque disfruto gritando con una multitud de extrovertidos animados, pero voy a ver al Sheffield Wednesday porque quiero identificarme con ese equipo en particular, llevar esa bufanda y hacer una declaración sobre quién soy y, por supuesto, porque quiero declarar que apoyo a un equipo de Sheffield y no al otro (Sheffield United). Podemos caracterizarnos por tener rasgos de personalidad, pero tenemos que identificarnos con una identidad, es decir, asumirla activamente.

Este ejemplo también ilustra la importancia de marcarse una identidad igual a la de un grupo de personas y otra diferente a la de otras. Piensa en una situación en la que conoces a alguien por primera vez y, al tratar de averiguar quién es, le preguntas de dónde viene y a qué se dedica. En esas situaciones intentamos averiguar qué es lo que compone a esa persona y también qué la hace igual que nosotros -es decir, qué tenemos en común- y qué la hace diferente. Si ves a alguien que lleva la insignia de una organización a la que tú también perteneces, eso te hace pensar que esa persona es igual que tú, que comparte una identidad. O considere una situación en la que, al viajar al extranjero, al escuchar las voces de quienes hablan su propio idioma, sienta tanto una sensación de reconocimiento como de pertenencia. En un lugar extraño, encontrar personas que comparten nuestra lengua nos proporciona algo y alguien con quien identificarnos. Imagínate que estás en un tren y un desconocido en el compartimento está leyendo el periódico local de la ciudad donde naciste. Puede que entabléis una conversación que incluya referencias a lo que tenéis en común. Esto supone un momento de reconocimiento y de tener algo en común con otra persona que comparte una identidad contigo. La identidad está marcada por la similitud, es decir, de las personas como nosotros, y por la diferencia, de las que no lo son. Hay otros ejemplos menos tranquilizadores, en los que no se establece la identidad adecuada, y en los que, por ejemplo, se puede negar el acceso al crédito o a la compra a plazos, a la pensión o a las prestaciones por enfermedad, o la entrada a un club o a un restaurante, o, lo que es más significativo, a un país.

¿Cómo sabemos qué personas son iguales a nosotros? ¿Qué información utilizamos para clasificar a los demás y a nosotros mismos? En los ejemplos anteriores, lo que suele ser importante es un símbolo, como una insignia, la bufanda de un equipo, un periódico, el idioma que hablamos o quizás la ropa que llevamos. A veces es evidente. Una insignia puede ser una clara declaración pública de que nos identificamos con un grupo concreto. A veces es más sutil, pero los símbolos y las representaciones son importantes para marcar las formas en que compartimos identidades con algunas personas y nos distinguimos como diferentes de otras.

En este sentido, aunque como individuos tenemos que asumir identidades de forma activa, esas identidades son necesariamente el producto de la sociedad en la que vivimos y de nuestra relación con los demás. La identidad proporciona un vínculo entre los individuos y el mundo en el que viven. La identidad combina cómo me veo a mí mismo y cómo me ven los demás. La identidad implica lo interno y lo subjetivo, y lo externo. Es una posición socialmente reconocida por los demás, no sólo por mí.

Sin embargo, cómo me veo a mí mismo y cómo me ven los demás no siempre coinciden. Por ejemplo, los individuos pueden considerarse a sí mismos como personas de alto rendimiento, merecedores de un ascenso, y sin embargo ser vistos por su empleador como poco exitosos. Los jóvenes que regresan ruidosamente de una discoteca a primera hora de la mañana pueden ser vistos por los demás como alborotadores. Piensa en algunas de las formas en las que te ves a ti mismo que pueden estar en desacuerdo con la percepción que los demás tienen de ti. Puede ser a nivel más personal, en el contexto de las relaciones familiares y de amistad, o a un nivel más público o incluso global, donde se atribuyen características particulares a grupos nacionales o étnicos específicos. Una sensación de identidades conflictivas puede ser el resultado de las tensiones entre tener que ser estudiante, padre y empleado al mismo tiempo: estos son ejemplos de las múltiples identidades que tienen las personas.

El vínculo entre yo mismo y los demás no sólo está indicado por la conexión entre cómo me veo a mí mismo y cómo me ven los demás, sino también por la conexión entre lo que quiero ser y las influencias, presiones y oportunidades que están disponibles. Las limitaciones materiales, sociales y físicas nos impiden presentarnos con éxito en algunas posiciones de identidad, limitaciones que incluyen las percepciones de los demás. Las identidades delictivas se producen a menudo a través de la exageración de los estereotipos, cuando los informes de los periódicos reproducen la noción de una identidad delictiva como joven, hombre y negro (Mooney et al., 2000). La criminalidad puede ser producida por otros que construyen esta categoría de persona. Este proceso de estereotipación de ciertos grupos como criminales también ilustra algunos de los desequilibrios y desigualdades en la relación entre el individuo y el mundo exterior.

El sujeto, «yo» o «nosotros» en la ecuación de la identidad, implica algún elemento de elección, aunque sea limitado. El concepto de identidad abarca cierta noción de agencia humana; una idea de que podemos tener cierto control en la construcción de nuestras propias identidades. Por supuesto, hay restricciones que pueden estar en el mundo exterior, donde los factores materiales y sociales pueden limitar el grado de agencia que los individuos pueden tener. La falta de recursos materiales limita mucho las oportunidades que tenemos; como en el caso de la pobreza y las restricciones económicas. Es imposible tener una identidad como mujer de carrera exitosa si se carece de un trabajo y si no hay oportunidades de empleo. Otras limitaciones a nuestra autonomía pueden residir en nuestro interior, por ejemplo, en los cuerpos que habitamos, como lo demuestran el proceso de envejecimiento, las deficiencias físicas, las enfermedades y el tamaño y la forma reales de nuestros cuerpos.

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