Evolución de las teorías de la guerra
Reflejando los cambios en el sistema internacional, las teorías de la guerra han pasado por varias fases en el curso de los últimos tres siglos. Tras el fin de las guerras de religión, hacia mediados del siglo XVII, las guerras se libraban por los intereses de los distintos soberanos y eran limitadas tanto en sus objetivos como en su alcance. El arte de la maniobra se convirtió en algo decisivo, y el análisis de la guerra se formuló en consecuencia en términos de estrategias. La situación cambió fundamentalmente con el estallido de la Revolución Francesa, que aumentó el tamaño de las fuerzas, pasando de pequeños ejércitos profesionales a grandes ejércitos de reclutas, y amplió los objetivos de la guerra a los ideales de la revolución, ideales que atraían a las masas que estaban sujetas a la conscripción. En el orden relativo de la Europa posnapoleónica, la corriente principal de la teoría volvió a la idea de la guerra como instrumento racional y limitado de la política nacional. El teórico militar prusiano Carl von Clausewitz fue quien mejor articuló este enfoque en su famoso clásico Sobre la guerra (1832-37).
La Primera Guerra Mundial, que fue de carácter «total» porque dio lugar a la movilización de poblaciones y economías enteras durante un período prolongado, no encajaba en el modelo Clausewitziano de conflicto limitado, y dio lugar a una renovación de otras teorías. Éstas ya no consideraban la guerra como un instrumento racional de la política estatal. Los teóricos sostenían que la guerra, en su forma moderna y total, si se sigue concibiendo como un instrumento del Estado nacional, sólo debe emprenderse si se trata de los intereses más vitales del Estado, que afectan a su propia supervivencia. De lo contrario, la guerra está al servicio de amplias ideologías y no de los intereses más estrechamente definidos de un soberano o una nación. Al igual que las guerras religiosas del siglo XVII, la guerra se convierte en parte de los «grandes diseños», como el ascenso del proletariado en la escatología comunista o la doctrina nazi de una raza superior.
Algunos teóricos han ido aún más lejos, negando a la guerra cualquier carácter racional. Para ellos, la guerra es una calamidad y un desastre social, tanto si la sufre una nación sobre otra como si se concibe como algo que aflige a la humanidad en su conjunto. La idea no es nueva: tras las guerras napoleónicas fue articulada, por ejemplo, por Tolstoi en el capítulo final de Guerra y Paz (1865-69). En la segunda mitad del siglo XX cobró nueva importancia en la investigación sobre la paz, una forma contemporánea de teorizar que combina el análisis de los orígenes de la guerra con un fuerte elemento normativo destinado a su prevención. La investigación sobre la paz se concentra en dos áreas: el análisis del sistema internacional y el estudio empírico del fenómeno de la guerra.
La Segunda Guerra Mundial y la posterior evolución de las armas de destrucción masiva hicieron aún más urgente la tarea de comprender la naturaleza de la guerra. Por un lado, la guerra se había convertido en un fenómeno social intratable, cuya eliminación parecía ser una condición esencial para la supervivencia de la humanidad. Por otro lado, el uso de la guerra como instrumento político fue calculado de una manera sin precedentes por las superpotencias nucleares, Estados Unidos y la Unión Soviética. La guerra también siguió siendo un instrumento descarnado pero racional en ciertos conflictos más limitados, como los que enfrentaron a Israel con las naciones árabes. El pensamiento sobre la guerra, en consecuencia, se volvió cada vez más diferenciado porque tenía que responder a preguntas relacionadas con tipos de conflicto muy diferentes.
Clausewitz define convincentemente la guerra como un instrumento racional de política exterior: «un acto de violencia destinado a obligar a nuestro adversario a cumplir nuestra voluntad». Las definiciones modernas de la guerra, como la de «conflicto armado entre unidades políticas», suelen dejar de lado las definiciones estrechas y legalistas características del siglo XIX, que limitaban el concepto a la guerra formalmente declarada entre Estados. Esta definición incluye las guerras civiles, pero al mismo tiempo excluye fenómenos como las insurrecciones, el bandolerismo o la piratería. Por último, generalmente se entiende que la guerra abarca sólo los conflictos armados a una escala bastante grande, excluyendo normalmente los conflictos en los que participan menos de 50.000 combatientes.
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