Leonardo da Vinci pasó casi 16 años pintando la Mona Lisa y nunca la terminó. El autor de La guía del autoestopista galáctico, Douglas Adams, escribió: «Me encantan los plazos. Me encanta el ruido que hacen al pasar». Y Frank Lloyd Wright dedicó apenas dos horas a diseñar Fallingwater, tras retrasarse nueve meses.
«La procrastinación es extremadamente frecuente», señaló Piers Steel, profesor de negocios de la Universidad de Calgary, en un estudio de 2007. «Las estimaciones indican que entre el 80 y el 95 por ciento de los estudiantes universitarios procrastinan, aproximadamente el 75 por ciento se considera procrastinador y casi el 50 por ciento procrastina de forma constante y problemática».
Si eres profesor de secundaria o bachillerato, es probable que tengas procrastinadores en tu clase: estudiantes que constantemente esperan hasta el último minuto para entregar sus tareas, o que posponen el estudio hasta la noche anterior a un examen. Este retraso tiene un coste: Un estudio de 2015 descubrió que cuanto más tiempo esperaban los estudiantes de una escuela de negocios para entregar una tarea, peores eran sus calificaciones, ya que las entregas de última hora les costaban cinco puntos porcentuales de media, es decir, media nota. Y un meta-análisis de 2015 confirmó este resultado, encontrando que la procrastinación estaba asociada con calificaciones más bajas en 33 estudios que incluyeron a más de 38.000 estudiantes (la mayoría de los cuales estaban en la universidad). Peor aún, la investigación médica ha vinculado la procrastinación con mayores niveles de estrés, depresión, ansiedad y fatiga.
Es una percepción común que los estudiantes que procrastinan lo hacen porque no se preocupan por la tarea, y eso suele ser erróneo, argumentó Devon Price, profesor de psicología social en la Universidad de Loyola, en 2018. La mayoría de las veces, las razones subyacentes de la procrastinación se dividen en dos categorías: miedo al fracaso o confusión sobre los primeros pasos de una tarea.
«La procrastinación es más probable cuando la tarea es significativa y el individuo se preocupa por hacerla bien», explicó Price. Los procrastinadores pueden quedarse mirando una pantalla o un libro durante horas, paralizados por el miedo. En ese momento, la mejor solución es tomarse un breve descanso y dedicarse a una actividad relajante.
Joseph Ferrari, profesor de psicología de la Universidad DePaul y destacado experto en procrastinación, ha realizado varios estudios sobre por qué los estudiantes posponen trabajos importantes. En un estudio pionero realizado en 1989, Ferrari descubrió que los estudiantes universitarios solían procrastinar debido a la indecisión: Pasaban demasiado tiempo preocupados por si estaban haciendo una tarea correctamente, prolongando el tiempo que dedicaban incluso a tareas sencillas. Para estos estudiantes, la procrastinación era un mecanismo de afrontamiento para evitar experiencias estresantes.
«Es muy útil y provechoso reunir información para tomar una decisión informada, pero cuando uno simplemente continúa reuniendo más allá del punto de recursos adecuados, entonces están siendo indecisos y la espera es contraproducente», dijo Ferrari a un entrevistador en 2010.
En un estudio de seguimiento, Ferrari encontró otra razón por la que algunos estudiantes procrastinan: el miedo a la crítica. Descubrió que muchos estudiantes universitarios se autosaboteaban porque así podían culpar de las bajas calificaciones a los plazos y no a sus propias capacidades. Estos estudiantes preferían «elegir situaciones en las que su imagen pública no se viera dañada por un mal rendimiento». Una vez más, la procrastinación era un mecanismo de afrontamiento, en este caso, para proteger la autoestima de los estudiantes y la percepción de su identidad.
Ferrari descubrió otro motivo muy diferente para la procrastinación en un estudio de 1992. Algunos estudiantes universitarios retrasaban el comienzo de una tarea porque disfrutaban de la emoción percibida de trabajar contra una fecha límite. Aplazar las tareas hasta el último minuto era una forma de «añadir dramatismo a la vida», lo que proporcionaba a estos estudiantes un subidón de adrenalina.
La indecisión, la evasión y la búsqueda de emociones son, por tanto, explicaciones más probables de la procrastinación que la pereza o la falta de motivación. Entonces, ¿qué pueden hacer los profesores? He aquí algunas sugerencias.